“Juan dijo a Jesús: Maestro, vimos a uno que hacía uso de tu Nombre para expulsar a los espíritus malos, pero se lo prohibimos porque no anda con nosotros. Jesús contestó: No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.” Mc 9, 38-39
Hoy encontramos a uno de los discípulos de Jesús que lleno de buenas intenciones piensa estar haciendo una buena cosa, pero que en verdad se equivocaba. Él había prohibido a un hombre hacer el bien en nombre de Jesús solo porque no era uno de los que caminaban con él. Jesús, sin embargo, no comparte esta prohibición y aprovecha para enseñarnos que nadie da el derecho de prohibir a otra persona a hacer el bien. Nadie da la autoridad para frenar u obstaculizar el bien.
Las
 autoridades en el mundo, en la Iglesia y en los demás organismos 
humanos tienen la sagrada misión de promover el bien, pues él es siempre
 una manifestación de Dios. San Francisco de Asís decía: Donde está el 
bien, allí está actuando Dios. 
 Muchas veces nosotros nos equivocamos, como Juan en el evangelio, y 
queremos impedir que otros hagan el bien a su modo. A veces, porque 
somos inseguros y tenemos miedo que el otro nos haga sombra o que nos 
sea una amenaza. A veces, porque somos envidiosos de las capacidades que
 otros tienen y queremos ofuscar lo que hacen. A veces, porque creemos 
que solo es el bien lo que decidimos nosotros, nuestras propias 
iniciativas, y no confiamos que también los demás pueden ser creativos y
 hacer el bien de otros modos. A veces, porque creemos que la autoridad 
que tenemos está por encima de todo, y pensamos que el único criterio 
valido es lo que pensamos y no el bien y la verdad. 
Cuando
 utilizamos nuestra autoridad para paralizar el bien, estamos abusando 
de la autoridad que por Dios nos fue confiada, estamos usando mal 
“nuestro” poder. Así que este evangelio es una llamada a todos los que 
tienen algún poder: a los líderes de grupos, a los padres de familia, a 
los sacerdotes... la autoridad que Dios nos da es para ordenar y 
promover el bien, jamás para impedirlo. 
Por
 otro lado, tenemos que estar atentos, a no hacernos de victimas en la 
historia. Lo que estamos haciendo debe ser realmente el bien. Debemos 
honestamente preguntarnos si lo que estamos haciendo es el bien o si no 
pasa solo de un capricho, o de un egoísmo que estamos disfrazando con el
 bien. Infelizmente también esto sucede mucho: existen personas que se 
inventan obras y trabajos, que solo aparentemente buscan al bien, cuando
 en la verdad no quieren nada más que la propia promoción personal, el 
colocarse en destaque. En estos casos, es justo que la autoridad, con 
respeto y vigor, pueda ayudar a colocar las cosas en su justo lugar, 
canalizando las energías a fin que el bien verdadero pueda prevalecer. 
 
“Y
 si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtatela. Pues es mejor para 
ti que entres con una sola mano en la vida, que no con las dos ir a la 
gehena, al fuego que no se apaga. Y si tu...” Mc 9, 43              
Creo
 que todos conocemos estas palabras de Jesús, que a veces nos parecen 
muy duras. Así como el bien debe ser promovido con todas nuestras 
fuerzas, también el mal debe ser evitado del mismo modo. No debemos 
jamás acostumbrarnos con el mal o acomodarnos con él. El mal debe ser 
siempre combatido en nuestras vidas. Pienso que estas palabras de Jesús 
que nos hacen impresión por la fuerza que tienen, no quieran decir que 
debamos cortar una de nuestras manos u otro órgano de nuestro cuerpo. 
Creo que el pecado que puedo hacer con una mano, aunque la corte, podré 
hacerlo con la otra. Y Jesús nos ha hablado de cortar las dos, creo que 
se puede interpretar esta palabras así: debemos evitar en nuestras vidas
 el pecado, y el mejor modo de hacerlo es evitando las ocasiones que nos
 llevan a pecar. Todos nosotros conocemos nuestras debilidades, sabemos 
en cuales situaciones no conseguimos resistir sin caer en el pecado. Por
 eso debemos con decisión evitar tales ocasiones. Será una cosa difícil y
 a veces dolorosa, como el tener que cortar una mano o arrancar un ojo, 
pero tenemos que hacerlo. Si yo sé que estar en un tal lugar, o tener un
 tal encargo, o estar con una tal persona, o poseer una tal cosa será 
para mí, una ocasión de caída, entonces tengo que renunciar a esto, con 
todo el dolor que esto pueda proporcionarme. Es mejor sentir este dolor,
 este desgarrón, que descomponer mi vida y perderla.
Que Dios nos de la gracia de promover y hacer siempre el bien, y la fuerza de extirpar el mal en nuestras vidas.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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