Hablar demasiado
Has pensado alguna vez, ¿cuál es la personalidad que reflejas a través de tus palabras?
Cierta mañana, mi padre me invito a dar un paseo por el bosque y
acepte con placer. El se detuvo en una curva y después de un pequeño
silencio me preguntó:
- Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más?
Agudicé mis oídos y algunos segundos después respondí:
- Estoy escuchando el ruido de una carreta.
- Eso es -dijo mi Padre-. Es una carreta vacía.
- ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?
- Es muy fácil saber cuando una carreta esta vacía, por causa del
ruido. Cuanto mas vacía la carreta, mayor es el ruido que hace.
Me convertí en adulto y hasta hoy cuando veo a una persona hablando
demasiado, interrumpiendo la conversación de todo el mundo, inoportuna,
presumiendo de lo que tiene (y lo mas seguro no tiene nada), de sentirse
prepotente y haciendo de menos a la gente, tengo la impresión de oír a voz
de mi padre diciendo:
"Cuanto mas vacía va la carreta, mayor es el ruido que hace"
Es interesante el mensaje que nos deja de
este viejo relato. Cuando imaginamos el paso de una carreta
llena de carga, esforzada, silenciosa, un poco hundida por el
peso que lleva, esa imagen nos transmite una sensación de
plenitud y de silencio. Y algo parecido sucede con las
personas. Hay vidas que están llenas de contenido, de esfuerzo
y de sentido. Suelen ser vidas activas y luchadoras, pero
hacen poco ruido. Son vidas que no cuadran con los
alardes grandilocuentes de actividad, ni con los excesos de protagonismo
personal, ni con el individualismo que suele delatar ocultas faltas
de rectitud y de sentido de servicio.
Tengo el convencimiento
de que la soberbia es la clave de casi todos
los conflictos humanos. Formas de soberbia más o menos elaboradas,
más primarias o más sutiles, pero siempre la soberbia está
en la raíz de las actitudes que los provocan. En
las personas más simples, se nota enseguida. En las más
inteligentes, cuesta un poco más, pues con el tiempo van
aprendiendo a disimularlo.
Cuando vemos que alrededor de una persona
los conflictos tienden a enconarse, o que surgen distanciamientos o
desencuentros tontos, o que a su alrededor los equipos humanos
se desunen o se rompen, casi siempre está detrás ese
empeño vanidoso e histriónico de la soberbia. Puede adoptar muchas
formas, pero casi siempre son variantes de lo mismo: ese
afán un tanto ridículo por dejar constancia del propio mérito,
la susceptibilidad enfermiza que quien se siente agraviado constantemente por
auténticas simplezas, las pugnas y desavenencias absurdas por una pequeña
cuota de protagonismo personal, los agradecimientos exigidos y contabilizados, las
ayudas aparentemente desinteresadas pero que luego reclaman una sumisión perpetua,
los consejos que se dan con aire liberal pero que
luego sienten como una traición que no se sigan. Todo
eso suele estar tejido y comunicado por el correoso hilo
de la soberbia, e identificado por la falta de calado
y de silencio interior.
El que sabe, suele hablar poco;
el que habla mucho, suele saber poco. El que profundiza
en las cosas, suele hablar con prudencia y con mesura.
Los que hablan a la ligera y hacen juicios precipitados
sobre las personas o los asuntos, suelen hablar demasiado. Son
personas que con su alma vacía hacen chirriar el ambiente
en todo su entorno, como las carretas vacías. Y chirrían
sobre todo porque les falta el aplomo de la verdad.
Porque la verdad, sobre todo en las cosas más patentes
e inmediatas, es lo que más enerva al soberbio, que
ve a la verdad ahí, independiente de él, imponiendo todo
el peso de sus exigencias intelectuales y morales. Porque la
verdad fastidia su constante búsqueda de la satisfacción personal, y
eso no lo soportan.
Job.8,2
Ec. 5,2--y--5,6
2cor. 11,1
AMEN
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