"Y Jesús se admiraba de la incredulidad de sus conocidos." Mc. 6, 6
El evangelio nos presenta un momento muy importante
de la vida de Jesús: su retorno a la ciudad donde había vivido con sus
padres y donde estaban todos sus parientes. En el capítulo anterior
Marcos ya nos dijo que sus parientes habían ido a Cafarnaúm con la
intención de llevarlo a casa, pues creían que Él no estaba bien
mentalmente.
Estos dos eventos nos manifiestan, lo difícil que resultaba para
las personas más cercanas a Jesús aceptar el misterio de su vida. Esto
nos revela en primer lugar que Jesús, antes de iniciar su ministerio
público era una persona completamente inmersa en lo común de la vida.
Jesús no fue un niño diferente de los otros. No fue un joven especial.
Ciertamente él vivió todo el tiempo de su vida allí con sus padres,
frecuentaba la Sinagoga, trabajaba con José en la carpintería.
Suposiciones esotéricas de que Jesús habría estado fuera de Palestina,
para ser iniciado en "cosas raras", son completamente desconocidas del
relato evangélico.
El gran problema fue que consideraron a Jesús igual a todos los
demás de Nazaret, ellos no eran capaces de darse cuenta que el mismo
Jesús que ellos conocían era el propio Dios en medio de ellos. En los
otros pueblos donde El predicaba, muchos creían en El, muchos fueron
sanados, muchos se convirtieron y quisieron seguirlo, pero en Nazaret
esto no sucedió. El hecho de que estaban acostumbrados a verlo en lo
cotidiano, les hizo ciegos e incapaces de reconocerlo. Y así, Jesús no
pudo hacer milagros en medio a ellos.
Aun hoy existen muchas personas que escuchan su Palabra, otros
hasta participan de la misa, reciben el sacramento de su cuerpo, pero no
creen verdaderamente en la divinidad de Jesús. Muchos piensan en Jesús
solamente como un gran hombre, otros, máximo como un espíritu iluminado,
pero se resisten a creer que Él es realmente el Hijo de Dios vivo, el
Dios que se hizo carne y que continúa actuando en los sacramentos de la
Iglesia.
Aun hoy Jesús continúa admirándose con incredulidad de muchos que
hasta se llaman cristianos. Y es por eso, que aún hoy Él no puede hacer
muchos milagros. Es por eso que muchos, aun estando en contacto con
Jesús, no son transformados en sus vidas.
Es verdad que es muy importante comprender y aceptar la humanidad
de Jesús. Tenerlo como un amigo, muy cercano a nosotros, que nos
entiende como somos. Pero si nos olvidamos que Él es también Dios,
reducimos muchísimo su posibilidad de acción en nuestras vidas. No
podemos reducir el ser de Jesús a un simple amigo como los demás que
tenemos. Es verdad que Él es nuestro gran amigo, pero es siempre un
Dios-amigo, un Dios-hermano. Es siempre alguien que ama y enseña a amar.
Él nos escucha, pero tiene algo muy importante para decirnos. No será
jamás cómplice en nuestras maldades. Y espera ser aceptado no solo en su
igualdad con nosotros, sino también ser creído en su infinita
diferencia. Él es hombre como nosotros, pero nos supera infinitamente
pues es nuestro Dios-salvador.
Señor Jesús, danos la fe. Ayúdanos a creer firmemente que tú eres
nuestro redentor. Ayúdanos para que, como miembros de tu nuevo pueblo,
la Iglesia, podamos creer en tu poder, en tu palabra, en tu presencia
salvadora, y así en medio de nosotros tú puedas realizar muchas
maravillas.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
AMEN.
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