martes, 17 de abril de 2012

"RECORRIDO HACIA LA FE"



 
Juan 20, 19-31
 
  
RECORRIDO HACIA LA FE
Estando ausente Tomás,
los discípulos de Jesús han tenido
una experiencia inaudita.
En cuanto lo ven llegar,
se lo comunican llenos de alegría:
"Hemos visto al Señor".
Tomás los escucha con escepticismo.
¿Por qué les va creer algo tan absurdo?
¿Cómo pueden decir que han visto
a Jesús lleno de vida,
si ha muerto crucificado?
En todo caso, será otro.

Los discípulos le dicen que les ha mostrado
las heridas de sus manos y su costado.
Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie.
Necesita comprobarlo personalmente:
"Si no veo en sus manos la señal de sus clavos...
y no meto la mano en su costado, no lo creo".
Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo que se resiste a creer
de manera ingenua, nos va a enseñar
el recorrido que hemos de hacer
para llegar a la fe en Cristo resucitado
los que ni siquiera
hemos visto el rostro de Jesús,
ni hemos escuchado sus palabras,
ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días, se presenta
de nuevo Jesús a sus discípulos.
Inmediatamente, se dirige a Tomás.
No critica su planteamiento.
Sus dudas no tienen
nada de ilegítimo o escandaloso.
Su resistencia a creer revela su honestidad.
Jesús le entiende y viene a su encuentro
mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias:
"Trae tu dedo, aquí tienes mis manos.
Trae tu mano, aquí tienes mi costado".
Esas heridas, antes que "pruebas"
para verificar algo, ¿no son "signos"
de su amor entregado hasta la muerte?
Por eso, Jesús le invita a profundizar
más allá de sus dudas:
"No seas incrédulo, sino creyente".

Tomás renuncia a verificar nada.
Ya no siente necesidad de pruebas.
Solo experimenta la presencia del Maestro
que lo ama, lo atrae y le invita a confiar.
Tomás, el discípulo que ha hecho
un recorrido más largo y laborioso que nadie
hasta encontrarse con Jesús, llega
más lejos que nadie en la hondura de su fe:
"Señor mío y Dios mío".
Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir
que brotan en nosotros dudas e interrogantes.
Las dudas, vividas de manera sana,
nos salvan de una fe superficial
que se contenta con repetir fórmulas,
sin crecer en confianza y amor.
Las dudas nos estimulan a ir
hasta el final en nuestra confianza
en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros
cuando nos sentimos amados y atraídos
por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar
en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús.
Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros
más fuerza que nuestras propias dudas.
"Dichosos los que crean sin haber visto".
 

 

 
"Yo soy la Luz del mundo;
el que me siga no caminará en la oscuridad,
sino que tendrá la luz de la vida."
 serviciobiblicocatolico@hotmail.com

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