CONVIERTETE Y CREE EN LA BUENA
NUEVA
(Publicado en nuestra revista
MISION SIGLO XXI Nº 9)
La Fe Católica es realmente una
fe sublime y la única que posee la Verdad completa. Ella contiene
todas las verdades que dan respuesta a las más hondas inquietudes
humanas. El hombre desde sus orígenes se ha preguntado: "¿Quién
soy yo? ¿Cuál es mi real valor? ¿De dónde vengo? ¿A dónde va mi
vida?, y sobre todo ¿Cuál es la razón de mi existencia?"
(Salmo 8,3)
En la revista "MISION SIGLO.
XXI" hemos ido respondiendo a dichas preguntas fundamentales
desde su primer número.
Ya hemos visto que Dios nos creó
por amor, a su imagen y con el propósito que llegáramos a ser
sus hijos adoptivos semejantes a Cristo (Efesios 1,4-5). La opción
correcta del hombre creado era seguir la senda de las normas de
Dios para cumplir el plan divino. Pero por incitación del diablo
el hombre se rebeló contra la Voluntad de Dios y cayó en Pecado
(Romanos 5,12).
En nuestro anterior número vimos
que la reacción de Dios ante el Pecado fue el Plan de la Redención:
Enviar a su Hijo Unico para que sacrificando su vida destruyera
la obra del mal y diera Nueva Vida a la humanidad. Es así que
gracias a la muerte de Jesús todos podemos aspirar entrar al Reino
de Dios (Efesios 2,1-6). La salvación que el Padre nos ha dado
en Jesús implica el perdón total de nuestros pecados y el nuevo
nacimiento de nuestro ser para enviarnos a luchar por un mundo
más justo, y finalmente llevarnos a gozar de su Reino Eterno (Romanos
6,22). Y todo esto de manera gratuita porque el amor que Dios
nos tiene es inmenso. Ninguna obra buena, ningún mérito humano
podía merecer esta gracia divina: "No es esto algo que
ustedes mismos hayan conseguido sino que les ha sido dado por
Dios" (Efesios 2,8-9; Gálatas 2,21). Lo único que Dios
nos pide es la conversión del corazón, es decir el arrepentimiento
de nuestros pecados y la entrega a Jesús como el único Salvador
y Señor de nuestra vida (Juan 6,28). Acerca de este vital tema
de LA CONVERSION vamos a tratar ahora.
QUE ES LA CONVERSION
La palabra conversión proviene
del término griego "metanoia" que significa "arrepentimiento,
cambio de mentalidad, volverse" (Léxico griego-español
de Mckibben). En Jesús esta palabra adquiere un tono imperativo:
"¡conviértanse y crean!" (Marcos 1,15). La conversión
para Jesús implica dos cosas: la fe y el arrepentimiento. Ambas
actitudes producen el cambio que es necesario para poder entrar
en el Reino de Dios. Jesús insistió mucho en la necesidad de la
CONVERSION para hallar SALVACION (Lucas 13,1-5). Por ejemplo dijo
"háganse como niños si quieren entrar en el Reino" (Mateo
18,3). Para Jesús la conversión no está solo en apartarse del
mal, sino sobre todo en VOLVER EL CORAZON HACIA DIOS. "La
auténtica conversión tal como la entiende Jesús, se da cuando
el hombre deja de confiar en sí mismo y confía audazmente en Dios
y de El espera todo bien" (Diccionario de Teología Bíblica,
de Bauer, p.212). La conversión fue un punto principal en la prédica
de Jesús y luego de los apóstoles.
NECESIDAD ACTUAL DE LA CONVERSION
En el principio de la historia
de la Iglesia se bautizaba solo a los que se convertían a Jesucristo
(Hechos 2,41). Al paso de los siglos este criterio cambió. Puesto
que el mundo fue haciéndose cristiano el bautismo de los niños
pasó a ser una práctica de las familias cristianas. Esto está
bien, pero se descuidó hacer lo mismo con la evangelización y
la catequesis. Estas fueron quedando fuera de las familias y concentrándose
en los conventos y parroquias. Solo las devociones quedaron dentro
de los hogares. ¿Cuál es el resultado? Que hoy, a finales del
siglo XX, en que los católicos nos acercamos a los mil millones
en el mundo, una gran parte no ha vivido la experiencia de conocer
personalmente a Cristo. Han recibido el bautismo por haber nacido
en un hogar católico, es decir por tradición familiar, pero no
por efecto de la fe y el arrepentimiento personal. O sea que no
han hecho su conversión a Cristo. Por eso en la Iglesia tenemos
muchos católicos nominales, católicos de nombre pero no de hecho,
católicos que no se sienten identificados con la Iglesia y viven
apartados del camino de Cristo. Por lo tanto, la GRAN MISION de
nuestra época es CONVERTIR A LOS BAUTIZADOS. Los miembros de la
Iglesia (incluido muchos líderes parroquiales y aún sacerdotes)
necesitan ser evangelizados para que conozcan PERSONALMENTE A
JESUS y se conviertan a El. Solo así Jesús llegará a ser verdadero
Señor y Salvador de sus vidas. Esta realidad es la que ha movido
al Papa JUAN PABLO II a lanzar el llamado a una NUEVA EVANGELIZACION.
CONOCER PERSONALMENTE A JESUS
Hace ya veinte siglos que Jesucristo
nació en Belén, murió en la cruz y resucitó al tercer día por
la salvación de la humanidad. Sin embargo para muchos católicos
Jesucristo es solo un personaje histórico, una imagen devocional
y un motivo de costumbres religiosas como la navidad. Jesús no
ha entrado en sus vidas. Tiene muchos "devotos" pero
pocos testigos y apóstoles de a verdad. Y esto incluso entre quienes
frecuentan las parroquias como laicos comprometidos, líderes de
grupos y catequistas. (¿Cómo es en tu caso amigo lector?: ¿quién
es Jesús para tí?, ¿es tu Señor y Salvador a quien sirves dándole
tu tiempo y honrándole con tu conducta?)
Para que Jesús llegue a ser el
Señor y Salvador del creyente tiene que darse primero un encuentro
personal con él, "cara a cara". (A lograr este encuentro
y no a otra cosa debe apuntar el propósito de toda evangelización
católica.). En este encuentro el pecador tiene la oportunidad
de DECIDIR PERSONALMENTE si sigue a Cristo o se queda sin él (Juan
6,67-69). Si decide por seguir a Cristo entra en conversión.
Jesús no dijo a la gente: les voy
a enseñar un camino, sino «Yo soy el Camino». No dijo:
les voy a enseñar unas verdades, sino «Yo soy la Verdad
y la Vida» (Juan 14,6). El afirmó: «Yo soy la luz del
mundo» (Juan 8,12), «Yo soy la vid y ustedes las ramas» (Juan
15,5). Jesucristo aseguró enfáticamente: "el que cree
en mi..., me sigue..., come mi carne..., entra por mi..., TIENE
LA VIDA ETERNA" (Juan 6,40; Juan 8,12; Juan 6,54; Juan
10,9). Estas palabras suyas revelan que El es el único Señor y
Salvador. A él debemos conocer y entregar nuestras vidas para
entrar en la senda de la salvación. Quién no ha encontrado a Cristo
NO LE CONOCE y por tanto NO ESTA en la senda de la salvación,
aunque se haya bautizado catolicamente y pertenezca a un grupo
parroquial. El apóstol San Juan lo afirma: «El que tiene al
Hijo, tiene la vida. El que no tiene al Hijo, no tiene la vida»
(1Juan 5,11). Una cosa es cumplir las costumbres religiosas o
aprobar el curso de religión en el colegio y otra cosa es CONOCER
a Jesús. Una cosa es haber sido bautizado y confirmado y otra
cosa es tener a Jesús como el centro de la vida. (Así puede suceder
que tú hayas sido acólito, catequista y buen amigo del párroco
pero aún no pertenezcas a Cristo).
San Pablo es un ejemplo claro de
esto. El no era un ateo sino un fiel creyente judío. Antes de
su conversión se llamaba Saulo y pertenecía al grupo de los fariseos,
era teólogo y maestro de la ley. Por fidelidad a su religión se
comprometió a perseguir a los seguidores del "falso"
mesías Jesucristo. Saulo conocía el Antiguo Testamento de la Biblia,
pero no conocía a Jesucristo. Cuando Saulo se dirigía a Damasco
para encarcelar cristianos tuvo un encuentro personal con Jesús.
Fue derribado del caballo para que pudiera abrir los ojos del
espíritu y "ver y oír" al Señor Jesús que le dijo: "Saulo,
porqué me persigues". El preguntó: "-¿Quién eres
Señor?... Y Jesús le dijo: "-Soy de Jesús de Nazaret
a quien estás persiguiendo..." (Hechos 9,1-6).
Este
encuentro personal con Jesús cambió el corazón de Saulo. De perseguidor
se convirtió en apóstol. Nada ni nadie hubiera sido capaz de cambiar
a ese judío fariseo, fanático y tenaz como pocos. Solo Jesús en
persona. Jesús pudo cambiar al ambicioso Zaqueo, a la prostituta
Magdalena, al pagano Mateo, al rudo pescador Simón Pedro. Y lo
mismo es y será con todos los hombres. Sólo un encuentro con Jesús
convierte los corazones y transforma las vidas. (Lo mismo es para
tí lector. Nadie te cambiará sino solo el encuentro personal con
Jesús).
EL PROCESO DE LA CONVERSION
El primer y fundamental paso de
la fe cristiana es pues conocer personalmente a Jesucristo. La
conversión empieza cuando el creyente recibe la Buena Noticia
de Cristo y "abre sus ojos" al Salvador del mundo. Al
percibir que Jesús es EL SEÑOR VIVO Y VERDADERO cree en El, se
arrepiente de haber vivido apartado de sus enseñanzas y le entrega
su vida entera (Juan 4,42; 1 Juan 1,1-2). Este encuentro con Cristo
vivo produce una CONVERSION RADICAL EN EL ALMA y graba la dulce
presencia del Señor en el corazón (Hechos 26,12-20; Gálatas 2,20).
Cristo llega a ser el todo y lo demás queda en segundo plano (Filipenses
3,7-8). Como fruto de la conversión brota incontenible el amor
al prójimo en forma de servicios concretos (1 Juan 3,14). Así
sucedió con los primeros cristianos y con los santos de todos
los siglos. Conocer a Cristo impactó sus corazones y cambió el
curso de sus vidas (Filipenses 1,21). Ellos tuvieron un encuentro
con Cristo Jesús que los llevó a confesar que se trataba del Hijo
de Dios muerto y resucitado por la salvación de la humanidad (Mateo
16,16), y se entregaron a El para siempre.
CONVERSION = SEÑORIO DE JESUS
La conversión a Cristo es un proceso
que produce una revolución interior en la persona. Hay una cambio
de mando y de criterios. El trono del corazón es tomado por el
Señor. Para ver mejor el proceso de la conversión observa estas
cuatro figuras que reflejan la situación en que pueden estar las
personas:
FIGURA 1: (el Yo sentado en el
trono, no hay Cristo) Simboliza la persona autosuficiente. El
yo ocupa el trono del corazón. Busca lo que le place y hace lo
que quiere pensando solo en su egoísmo. No conoce a Cristo. Jesús
está fuera del círculo porque la persona no cree en él. No existe
conversión.
FIGURA 2: (el Yo sentado en el
trono y Cristo al lado) Representa a la persona que cree en Dios
pero en el trono de su corazón reina el yo egoísta. Jesús forma
parte de su vida pero solo por tradición. No se ha convertido
a Cristo. Si tiene necesidades le pide que ayuda. Si no recibe
respuesta lo deja de lado para buscar otras ayudas "más eficaces".
Es el típico «católico a mi modo».
FIGURA 3: (Cristo sentado en el
trono y el Yo inclinado ante Cristo) Simboliza a la persona que
ha encontrando a Jesús y le ha reconocido como su Señor. Aquí
Jesús ocupa el centro. El creyente le ha entregado su corazón,
mente, alma, casa, bienes, familia, trabajo, afectos, salud, voluntad,
temores, esperanzas, proyectos, pasado, presente, futuro... ¡TODO!
Le pide cosas a Dios pero acepta que se haga lo que Dios quiere
y no lo que él desea. Ha entrado en conversión.
FIGURA 4: (Solo está Cristo en
el trono) Representa la santidad cristiana donde el creyente deja
crecer a Cristo en su interior (Juan 3,30) hasta decir con verdad
como San Pablo: «Vivo yo, pero ya no soy yo, sino que es Cristo
quien vive en mí» (Gálatas 2,20). Es la conversión total:
la persona ha cambiado su vida pobre y pecadora por la hermosa
vida de Cristo.
¿CUAL ES NUESTRA REALIDAD ESPIRITUAL?
Apliquemos lo visto a nosotros
mismos. Si quisiéramos representar nuestra realidad espiritual
con una de las cuatro figuras, ¿cuál dibujaríamos? ¿Está ocupando
Jesús el centro de nuestro corazón? ¿O tal vez Jesús ni siquiera
ha entrado al círculo de nuestra vida? ¿O somos de los católicos
«a mi manera» que creemos en Cristo pero no dejamos que él mande
en nuestra vida? Jesús, igual que a sus discípulos, nos hace hoy
esta pregunta: «Para tí, quién soy yo?» (Marcos 8,29).
Si al hacer un sincero examen de conciencia vemos que aún no le
conocemos en persona ni le hemos entregado nuestro corazón entonces
debemos volvernos a él.
La Palabra de Dios cuestiona nuestra
"tranquilidad" espiritual y nos llama a la conversión:
- «Yo se todo lo que haces, y se que estás muerto aunque parezcas
vivo. Despiértate y salva lo que aún queda con vida en tí y que
ya está a punto de morir. Si no te despiertas llegaré a tí cuando
menos lo esperes» (Apocalipsis 3,1). - «Ojalá fueras frío
o caliente. Pero como eres tibio, te vomitaré de mi boca... Yo
reprendo y corrijo a los que amo. Por eso te digo que seas fervoroso
y te conviertas a Dios» (Apocalipsis 3,15-19). Palabras muy
duras que debemos reflexionar seriamente.
En Latinoamérica casi todos hemos
heredado la fe cristiana por tradición familiar. Pero esta no
es la fe personal. La fe personal es fruto del encuentro con Jesús.
El encuentro con Jesús nos permite conocerle en vivo y recibirle
como Señor y salvador. Este encuentro se transforma luego en una
íntima comunicación con El hasta que Jesús llega a ser todo en
la vida de uno.
Acogiendo en nuestro corazón a
Cristo Salvador podremos echar fuera de nuestra vida las tinieblas
del pecado, de los vicios y de la ignorancia espiritual. El hará
lo que nunca hubiéramos logrado solos: transformarnos en preciosos
hijos de Dios. Sólo nos pide el esfuerzo diario de seguirle y
perseverar en ello. ¡EL HARA LO DEMAS! En Caná de Galilea pidió
agua y la convirtió en buen vino. En el desierto pidió unos panes
y alimento a cinco mil. Así también en nuestra conversión nos
pide el esfuerzo diario de seguir sus enseñanzas y El pondrá el
resto.
Por último, la conversión es también
una gracia de Dios. Jesús ha dicho: «Nadie puede venir a mí
si mi Padre no lo atrae» (Juan 6,65; Mateo 16,17). Por eso,
si queremos cambiar nuestras vidas y ser buenos cristianos, debemos
arrodillarnos humildemente ante Dios y suplicarle por nuestra
propia conversión y la conversión de los demás: «Conviértenos
a tí Señor, y entonces nos volveremos a tí» (Lamentaciones
5,21).
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